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Breve historia de la responsabilidad


En el principio Dios hizo a la mujer y al hombre responsables de sus actos. Como querían vivir en pareja se hicieron responsables el uno frente al otro. Cuando tuvieron hijas e hijos, se hicieron garantes del bienestar de sus crías y de su educación. Cuando los seres humanos forjaron una comunidad, los adultos se hicieron responsables de los asuntos comunes.

Como gozaban de la libertad para crecer y desarrollarse como seres humanos, también adquirieron la responsabilidad de velar por el crecimiento y desarrollo de sus hijas e hijos, y, desde que vivían en comunidad, esta responsabilidad se amplió a las hijas e hijos de sus vecinos.

Cuando unos hombres convencieron a los demás de la necesidad de crear el Estado, el pacto se logró porque, a cambio de lealtad y obediencia, el Estado prometió respeto a los derechos de todos por igual. Y las mujeres y los hombres convinieron en compartir la responsabilidad por el crecimiento y desarrollo de sus hijos, no sólo con los vecinos de su comunidad, sino también con El Estado.

La educación, la salud y la seguridad fueron las esferas de acción del Estado que más directamente impactaron el bienestar de la población más joven. Pero en algún momento los que detentaban el poder del Estado traicionaron la lealtad de las comunidades y, mientras ellos se enriquecían, las despojaron de sus recursos y éstas se empobrecieron.

Al despojo siguió el abandono, pero ya casi nadie se acuerda de los hechos que originaron la exclusión y la marginalidad en que vive gran parte de la población. Como explicación, los que detentan el poder del Estado, ya sea que tengan un cargo público o privado, han inventado una serie de prejuicios que son muy útiles para borrar los huellas de su irresponsabilidad: "Los pobres son pobres porque no trabajan, no se educan, y, además, porque tienen muchos hijos". Así, se hizo a los pobres responsables de su propia pobreza.

Mientras tanto, las familias de los pobres se desmoronan ante un abismo de carencias. En el campo, los pobres no son pobres porque tengan pocos recursos, lo que ocurre es que no pueden generar ingresos porque tienen que dedicar demasiado tiempo y esfuerzo a suplir la ausencia de agua potable, energía, una vivienda adecuada y segura, y caminos que faciliten el transporte de sus productos.

Sus vidas son más cortas porque las prestaciones médicas son escasas y sus oportunidades limitadas porque son pocas las puertas que se abren con una educación a medias. En la ciudad el panorama es distinto, pero no es mejor. Ante el desempleo, mujeres y hombres recurren a la posibilidad de un dinero fácil que solo el vicio y la criminalidad proporcionan.

Sus niños no encuentran paz en el hogar, y la distancia que tienen que recorrer diariamente hasta llegar a la escuela, y regresar, está llena de acechanzas que pueden robarles la inocencia o menoscabar su dignidad en cualquier instante. Las comunidades marginales -esos barrios urbanos o semi-urbanos donde habitan los pobres- no son inseguras porque son pobres; son pobres porque son inseguras. Al ser olvidadas por el Estado, los detritus de la sociedad se refugian en ellas, y hacen presa fácil del crimen a una población que tiene pocos recursos para defenderse de una amenaza que largamente los supera.

Más de la mitad de lo pobres en el país son niños, pero lo más grave es que más de la mitad de los niños de este país es pobre. Los niños que son ignorados por sus padres, abandonados por su comunidad y olvidados por el Estado, son víctimas fáciles del delito, que toma primero la forma del abuso. Las sedes más frecuentes del maltrato y la agresión contra los niños son los hogares y las escuelas. Los victimarios son sus padres, familiares, o los adultos "responsables de su cuidado".

¿Qué significa crecer con el dolor cotidiano de la ignominia y la violencia sobre la espalda? ¿Qué significa crecer sin conocer gente buena a la que admirar e imitar? ¿Qué significa hacer el tránsito a la adolescencia en las garras del crimen? La criminalidad es muchas veces parte de una red de sobrevivencia que se desarrolla como parte del proceso de socialización de los individuos cuando la cadena de responsabilidades, familia-comunidad-Estado, se ha hecho pedazos.

Pero no hay nadie que sea responsable de que el crimen se apodere de nuestros chicos. En un país de tres millones de habitantes hay 50 mil niños, entre los 5 y los 14 años de edad, que "trabajan" de modo ilegal en detrimento de su educación. El trabajo es ilegal porque la población adulta ha acordado, mediante una prohibición constitucional, que está prohibido que los niños de menos de 14 trabajen. Pero el mandato de la Constitución no se respeta, y no hay nadie preso, ni bajo investigación penal, por violarlo, presumiblemente porque nadie es responsable por esta situación.

Los adultos también acordamos, hace ya casi tres lustros, que daríamos prioridad a la protección de la niñez y la adolescencia. Nueve años después cumplimos parcialmene con nuestra responsabilidad y adoptamos una ley especial para exigirle responabilidad penal a los adolescentes por los delitos que cometan desde los 14 años, y creamos autoridades y procedimientos especiales, que tardamos cuatro años más en poner en funcionamiento.

Hace menos de un año empezaron a funcionar estas autoridades, pero ahora nos planteamos que los menores de edad son responsables de la misma manera como son los adultos y debemos, por tanto, aplicarles las mismas penas, en un inesperado giro de una pretendida lucha contra el crimen. ¿Es la lucha contra los criminales lo mismo que la lucha contra el crimen?

Quizás debiéramos pensar en cómo restaurar la cadena de responsabilidad familia-comunidad-Estado si queremos verdaderamente sanear nuestra sociedad. En fin, de lo que se trata es de que las mujeres y los hombres que intervienen en distintas instancias de la toma de las decisiones importantes en este país asuman de modo íntegro su responsabilidad.
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El Panamá América, Martes 20 de julio de 2004